Los términos informáticos
en el Diccionario de la Academia

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José Antonio Millán

 

 

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Cuando en el 2001 apareció la edición 22ª (un esfuerzo: léase vigesimasegunda, y no ventidosava) del diccionario de la Real Academia escribí en una reseña:

El Diccionario (por antonomasia) de la Academia (también por antonomasia) es un fruto curioso. Sin tener ningún carácter legal, es utilizado por los tribunales de todos los países de habla hispana. Se supone que debe dar claves para la comprensión de textos escritos desde hace cinco siglos, pero no quiere renunciar a incluir el término airbag. Su autoridad última son un conjunto de personas (a veces sin relación profesional con la ciencia del lenguaje) que se han elegido a sí mismas, pero muchos hablantes se ven reconocidos en sus decisiones. No es un diccionario del lenguaje científico, pero contiene desoxirribonucleótido. Está hecho desde España, pero cada vez tienen cabida más palabras americanas.

Esta realidad mixta de nuestro más famoso diccionario se manifiesta de forma especialmente acusada en el vocabulario científico-técnico, y muy concretamente en el relacionado con las tecnologías de la información. Estas empezaron a incorporarse hace  ya treinta años, pero en la última edición han tenido un desarrollo considerable. Este artículo se propone repasar la historia de las incorporaciones de este vocabulario, y de paso considerar su papel en el seno del diccionario académico.

La 22ª edición presenta la marca Inform. (Informática) 124 veces en 109 palabras, aunque hay unas cuantas más que deberían tenerla, y no la tienen. La edición 21ª la llevaba 50 veces en 41 palabras. Vamos a repasar detenidamente la situacion actual, pero podemos adelantar algunas conclusiones. El Diccionario ha hecho un esfuerzo notable por admitir palabras del ámbito de las nuevas tecnologías, tanto técnicas como comunes, pero faltan muchísimas otras. Un buen diccionario de este tema puede abarcar desde 2.000 términos (caso de Societat de la informació. Noves tecnologies i Internet. Diccionari terminològic del TermCat) hasta unos 3.500 (caso del Diccionario para usuarios de computadoras e Internet de Pfaffenberger). A ellos habrá que añadir usos coloquiales españoles y americanos que no suelen formar parte de diccionarios técnicos. Recoger de este caudal el 5 o el 10% más significativo para insertarlo en un diccionario de uso general y normativo con validez a ambos lados del Atlántico exige un cuidado extremado con la selección y las definiciones. Y la situación, por el momento, no es muy buena...

Pero recapitulemos. Durante mucho tiempo la Academia se limitaba a sancionar con la inclusión en su diccionario prácticas ya extendidas y que aprobaba. No era su misión dictaminar sobre palabras en los primeros estados de asimilación al español. La misma institución reconocía este hecho: en 1927 creaba, paralelamente al dicionario habitual, un Diccionario manual que añadía muchas palabras, sobre todo técnicas, "que no hay motivo para censurar", pero que son demasiado recientes y "no puede presumirse si llegarán a arraigar en el idioma". El Diccionario manual salió por última vez en 1989.

La última edición del Diccionario de la lengua (la 22ª, del 2001) fue la primera que salió sin el apoyo de un diccionario manual. En ella se dio acogida a muchas palabras técnicas en distinto grado de asimilación, pero también se dejaron muchísimas otras. Está procesador pero no servidor, hipertexto pero no enlace, CD-ROM pero no DVD, arroba y correo electrónico pero ni email ni mensaje en esa acepción, emoticono pero no chat ni chatear, página web pero no sitio ni dominio, cargar un programa y colgarse un ordenador pero no bajar si subir un archivo, equipo pero no PC, y un amplísimo etcétera. Sin embargo, arrastra términos muy técnicos (item, sentencia, multiplete) o auténtica arqueología informática (tarjeta perforada). Y las incorporaciones reflejan imperfectamente el español americano: lo que para un español es buzón de correo (electrónico), para un argentino será casilla (cuya acepción electrónica no figura en el diccionario). Aparte de que, en esta esquina de la lengua, como en otras, no se marcan los usos exclusivamente españoles como tales (mientras que con un argentinismo o un chilenismo sí se hace).

La informática, Internet y la lengua

Uno de los efectos más curiosos que ha provocado la revolución informática de los últimos años y el uso extendido de Internet ha sido sobre la lengua. Al igual que había venido ocurriendo desde hacía décadas con dominios que iban del deporte a la técnica, el resultado ha sido una gran proliferación de términos ingleses, en muy distinto grado de asimilación.

Me tomaré a mí mismo como banco de pruebas: desde el primer número del Ciberpaís, suplemento de El País (1999) y hasta el 2003, he venido manteniendo una columna llamada primero "Vocabulario" y luego "La palabra". Por ella pasaron unos 600 términos españoles, que reúne con modificaciones un apartado de este sitio web, Vocabulario de ordenadores e Internet.

Como esa recopilación de palabras vino guiada más por el azar y la actualidad que por un intento sistemático de cubrir todo el campo, me he encontrado con que reúne un vocabulario muy amplio, y no sólo desde el punto de vista cuantitativo. En los medios de comunicación o entre los colectivos profesionales aparecen, ligados al vocabulario sobre ordenadores, Internet, y en general con el mundo digital, términos de muy distintos campos:

    • hardware (como computador, tecla, ratón...)
    • software (como programa, applet...)
    • telecomunicaciones (protocolo, ...)
    • argot de usuarios (colgarse, bajar...)
    • cibercultura (serendipia, hacker, ...)
    • márketing y comercio (pegajoso, firma electrónica, ...)
    • aspectos legales (dominio público, copyright, ...)
    • edición electrónica (publicar, e-book)
    • acuñaciones humorísticas (emilio, ensaimada, ...)
    • usos del correo electrónico (emoticono, IMHO, ...)
    • matemáticas (algoritmo, codificación, ...)
    • tipografía (fuente, interlínea, ...)
    • telefonía (tarifa plana, último kilómetro, ...)
    • fotografía (resolución, ...)
    • criptografía (cifrar, ataque...)

Salta a la vista que el dominio ha trascendido de lo puramente técnico y se ha impregnado de muchas cuestiones sociales, además de haber asimilado áreas antes estancas (comercio, edición, ...). Paralelamente, las tecnologías digitales han ido invadiendo otras áreas, sobre todo la electrónica y las telecomunicaciones, en el proceso conocido como convergencia.

El problema del purismo

Curiosamente, la avalancha de términos ingleses ha despertado viejos debates. Uno de ellos es el de su uso directo (o calco) frente al uso de palabras tradicionales del español. Vaya por delante que me sitúo en una posición que podría calificar de "fatalismo lingüístico": creo que la lengua se adapta por sí sola. Personalmente, no usaré, si puedo evitarlo, un término inglés; pero si me descubro haciéndolo no me flagelaré. En algunos casos, porque sencillamente es difícil encontrar una alternativa (que se entienda), por ejemplo: hardware. En otros, porque, aun existiendo traducciones y equivalentes, ya nadie va a cambiar (cookie frente a cuqui, galleta, buñuelo o chivato). Otros, porque me parecen muy bien (chatear). Creo firmemente que el "genio de la lengua" expelerá de sí los términos inútiles antes o después, y los que quedarán estarán tan integrados y asimilados como pongo por caso tanque, whisky o gol lo están hoy...

Sin embargo, hay cosas que sí que me parecen reprobables: usar directamente una palabra inglesa cuando hay una traducción adecuada disponible (hosting por alojamiento); calcar o traducir cuando existe ya un término tradicional con el mismo sentido (decir encriptar en vez de cifrar, marca de agua en vez de filigrana; aunque me da la impresión de que éstas son ya una cuestión perdida...). No me parece mal adoptar un término cuando el equivalente es largo (email por correo electrónico) o equívoco (chat por charla)...

¿En qué situación está el español, desde esta perspectiva? Volviendo a usarme de banco de pruebas, observo que de los 600 términos de mi Vocabulario he puesto en cursiva unos 60. Uso la cursiva para recoger usos reales, pero que creo que tienen soluciones alternativas mejores (todo según mi opinión, claro...). En algunos pocos casos, el término está en cursiva porque pertenece a un registro excesivamente familiar (emilio), pero la mayoría son casos como forwardear o hosting.

Bien: si incluso un "fatalista lingüístico" como yo señala que un 10% de los términos tendrían mejores opciones, creo que la situación no está tan mal...

De todas formas, hay dos tipos de préstamo del inglés muy diferentes: los que, viniendo normalmente del latín, se integran sin grandes problemás fonéticos ni gráficos (sitio o dominio) y los que no se adaptan fácilmente (software o la misma web). En el caso de los primeros, sencillamente el sentido original de la palabra española receptora se ha ampliado, a veces cambiando de connotaciones (como en el antes humilde portal). Desde el punto de vista etimológico, sin embargo, no habrá que olvidar que vienen del inglés y no de sus étimos latinos o de otras lenguas... Con los segundos podemos vivir mucho tiempo, como hemos vivido con el whisky, el sandwich o el jeep... La similación morfológica y gramatical se producirá en uno y otro caso, y acabamos oyendo forwardear o bugazo sin mayores problemas.

Mientras tanto, los auténticos creadores del lenguaje técnico son las empresas de software. El responsable del grupo español de control de calidad lingüística de Microsoft, Avelino López García, me expuso en el 2001 sus problemas (que son los de todos los que manejan el español técnico):

Intentamos primero no dejar términos en inglés; luego, optar por una forma común a las cuatro grandes áreas del español (España, México, Colombia y Argentina), y si no la hay como ocurre a veces escoger la menos problemática.

Aunque ese principio da buenos resultados (se ha evitado el accesar americano en favor de acceder), Microsoft también ha perpetuado anglicismos, como mouse (escogido frente a ratón, por la impopularidad de este término en México). Y, sobre todo, se da la paradoja de que las empresas de software y hardware, sobre todo las dominantes, funcionan como una especie de "academia de la lengua técnica" de facto, dado que imponen una terminología que otros fabricantes, creadores de documentación técnica, periodistas, etc., siguen.

Lo curioso de la situación actual es que ha hecho que la preocupación por la lengua haya alcanzado a colectivos que antes permanecían ajenos a los debates lingüísticos, empezando por los técnicos informáticos. Muchos de ellos han tenido que ponerse manos a la obra (en parte porque no había nadie que hiciera esa labor) para reflexionar sobre equivalentes españoles posibles, definiciones y demás. Cito sólo dos ejemplos: el Glosario Básico Inglés-Español para Usuarios de Internet de la ATI, Asociación de técnicos de Informática, del que es autor Rafael Fernández Calvo, o la lista Spanglish. Desde una institución oficial funciona hace años el Foro TIC del Centro Virtual Cervantes, donde debaten usuarios y expertos.

¿Qué debería hacer la Academia con el lenguaje técnico? Es posible que si admite blog (¿plural blogues?) lo haga cuando ya haya entrado en el limbo del pasado. Sencillamente: los ritmos del vocabulario de tecnologías tan cambiantes no tienen por qué quedar registrados en un diccionario que sale cada ocho o diez años y que quiere ser la norma para todo el orbe hispanohablante. Como hemos visto, hay varios diccionarios, glosarios y sitios de discusión de vocabulario tecnológico, de muy distinto valor y alcance, pero si creemos que el español necesita una guía constante en este vocabulario tan volátil la debería aportar un tipo de institución, que no existe para nuestra lengua; una institución más orientada a la terminología, mucho más ágil, y más relacionada con el mundo tecnológico.

Una institución terminológica

Para mí y para otros el modelo ideal es el que representa el TermCat, institución dependiente de la Generalitat de Catalunya. El TermCat trabaja sobre el catalán, lo que no le ha impedido crear excelentes obras terminológicas del español, porque el problema de la terminología es doble: conocer y estructurar un vocabulario técnico, y luego encontrarle un equivalente en la lengua en cuestión. Baste señalar que el trabajo que realizó el TermCat sobre el vocabulario informático, y que ha desembocado en el mencionado Societat de la informació. Novas tecnologies i Internet. Diccionari terminològic, pasó por las siguientes fases:

  • En primer lugar, localizar los términos que entran en un dominio dado, estén asimilados del todo o no.
  • A continuación, convocar a un panel de expertos para trazar los perfiles conceptuales de cada término, en su origen y en sus usos normales. Esta parte (en la que tuve el placer de participar) puede ser muy delicada: con frecuencia hay derivas semánticas, contaminaciones con otras palabras o, sencillamente, cambios en el significado de un término ¡incluso en el inglés de origen! por la evolución de las tecnologías implicadas. Sólo tras un debate, a veces muy profundo, se consiguen los perfiles de una palabra.
  • En tercer lugar: se analizan las opciones que han tomado otras lenguas del entorno para traducir el término en cuestión: hay un principio bastante saludable que es no provocar una dispersión terminológica excesiva, sobre todo entre lenguas del mismo origen (por ejemplo las lenguas neolatinas: catalán, español, francés, italiano...). Fijémonos en que el trabajo hasta aquí ha sido prácticamente independiente de la lengua sobre la que se hace.
  • En cuarto lugar, el TermCat toma una decisión sobre la forma catalana más deseable, optando entre las distintas posibilidades al uso, o incluso recomendando una nueva.
  • Sólo al final interviene el aspecto normativo, cuando el Institut d’Estudis Catalans (el equivalente de nuestra Academia) sanciona una de estas posibilidades.
  • En paralelo está el problema de crear una definición adecuada, a partir del deslinde conceptual del punto segundo. Para ello, una forma buena de trabajar es comenzar examinando las definiciones que ya circulan, si hace falta en distintas lenguas...

Semejante modelo (que es paradójico que funcione en el catalán y no en una lengua mucho más extendida como el español) es lo suficientemente flexible como para poder responder a los retos de un vocabulario complejo y difícil... antes de que la presión de los cambios lo deje en desuso, o haga inútil cualquier propuesta. Y debería poder sumar los esfuerzos que muchas veces desde hace años han venido manteniendo personas y colectivos (con frecuencia desinteresadamente) y ofrecer una labor de síntesis y clarificación...

Hay quienes no ven la necesidad de un ente de ese tipo, pero creeemos que puede hacer mucho por evitar la dispersión terminológica a ambos lados del Atlántico, puede servir de guía a los fabricantes de software y hardware en la redacción de su documentación, puede también favorecer la toma de decisiones coherente por parte de periodistas y otras personas que se ven obligadas a tratar estos temas, y puede también ejercer una eficaz tarea de "educacion tecnológica" a través de la palabra, entre toda la población (véase, al final de la reseña, lo que hace el TermCat con sus trípticos divulgativos).

A falta de una institucion de este tipo, digamos oficial, son como hemos visto las propias empresas de software las que toman sus decisiones, en el peor de los casos guiados por el apresuramiento, y en el mejor, con precaución.

El reto del diccionario

Pues bien: ¿cuál debería ser la postura del diccionario académico en esta tesitura? Teniendo en cuenta que es una obra que aparecerá cada ocho o diez años, a mi entender no es el lugar donde decidir sobre si hay que decir cookie o no, sino donde recoger el núcleo estable de palabras consagradas y que se refieran a las tecnologías y usos menos obsolescentes. Los adelantos por página web de la siguiente edición no pueden cumplir la función de dar guías coyunturales en este vocabulario, salvo que se enzarcen en un tejer y destejer de términos a lo largo de los años, lo que no parece que sea su misión. Igualmente, la decisión de proponer o no el uso de determinadas palabras, volátiles por naturaleza, sólo puede surgir de la consulta constante a los sectores profesionales que las usan, y los mediadores de comunicación que las ponen en circulación.

El diccionario académico tiene que ser el lugar donde figuren las palabras del campo tecnológico que pueden aparecer en una novela argentina o en una película española. Debe incluir también una cuidadosa selección de las que salgan en las páginas generales de un periódico americano o español (teniendo en cuenta que coyunturas de la actualidad pueden dar una popularidad transitoria a un término muy especializado). Debe integrar asimismo contadas palabras de las que figuren en un suplemento de nuevas tecnologías. Por último, debe reflejar con tino los muchos usos coloquiales, hipocorísticos, etc. que han generado ejércitos de (con frecuencia sufridos) usuarios de a pie...

La selección y la definición deben ayudar al lector de un lado del Atlántico a entender obras del otro lado, y a todos en la tarea de poner perfiles precisos a términos que tal vez nunca van a ver definidos en otro lugar. Paralelamente, la convergencia de  las tecnologías digitales con la electrónica y las telecomunicaciones exigirá una constante revisión de las marcas referentes a esas técnicas.

¿Qué es exactamente lo que ha venido haciendo los últimos años el diccionario oficial de todos los hispanohablantes? Pasemos la página...

Una versión muy reducida de este estudio se publicó en el Ciberp@ís, suplemento de El País, el 22 de abril del 2004.

Primera publicación en esta web: 17 de mayo del 2004

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