Zigzag, gong, ping-pong, iceberg

Donde se descubre que hay diccionarios inversos, y su utilidad manifiesta para el progreso de la Humanidad

José Antonio Millán

 

Ignacio Bosque y Manuel Pérez Fernández, Diccionario inverso de la lengua española, Madrid, Gredos, 1987

Hermenegildo de la Campa, Diccionario inverso del español, Madrid, Narcea, 1987

 

 

¿Qué esperaría el lector encontrar en un libro titulado Diccionario inverso? ¿Una obra que desorienta al que lo consulta dándole precisamente el sentido contrario al correcto? ¿Un Diccionario que fluye lentamente desde "zurubí" hasta "aarónico"? ¿O un repertorio aterra pensarlo para uso exclusivo de personas desviadas?

Probemos a abrirlo al azar:

resurtiva
estiva
festiva
digestiva
congestiva
sugestiva
tempestiva

Y de este modo, de principio a fin, una larguísima lista de palabras desnudas. Ante nuestros ojos se nos presentan hileras e hileras de voces ordenadas (como el hábil lector habrá descubierto) alfabéticamente por sus últimas letras, en vez de por las primeras.

En el fondo tan arbitraria como cualquier otra, esta ordenación (que, por ejemplo, da lugar a la misteriosa proximidad de taxi y nazi) es, por sí misma, una auténtica mina para el investigador de nuestra lengua, así como para el ocultista, el poeta, el artista, el arqueólogo, el crucigramista o el espía...

¡Que todo adelanto de la Humanidad haya de tener aplicaciones bélicas! Pues sí: la confección en Alemania del diccionario inverso del ruso fue de inestimable utilidad para el descifrado (o perlustración) de las claves enemigas durante la guerra mundial. De hecho, es posible que los primeros repertorios ordenados inversamente surgieran para descifrar lo que ha encubierto el mayor de nuestros enemigos, el Tiempo. Se crearon para el latín, y como ayuda para la epigrafía: el sabio que intentaba leer un fragmento de lápida y se encontraba con muñones de palabras, podía con su auxilio reconstruir la totalidad de la inscripción.

Más inocuamente, el versificador que necesite un rima en -uzco, el publicista que quiera un adverbio en -mente, o el crucigramista atascado ante un final en -feo (de siete letras) tiene ya donde encontrarlos.

Aunque existe algún otro diccionario inverso del español (por ejemplo, el de Hermenegildo de la Campa), el que han construido Bosque y Pérez Fernández, con sus 102.012 voces y la aportación de todo el caudal del Diccionario de la Academia más el Etimológico de Corominas-Pascual los supera ampliamente. Las limitaciones que tiene son las de sus fuentes. Por ejemplo: el Diccionario de la Academia no refleja sino una parte de los compuestos y derivaciones de que dispone el hablante, que es muy libre de forjar parduzco o (como hemos requerido unas líneas más arriba) inocuamente, por más que no figuren en él.

Ya hay en el mercado algunos Diccionarios de Rimas, pero un Diccionario Inverso como el que nos ocupa puede bien ejercer esa función, sólo con que se tomen algunas precauciones. Como bien alertaba el viejo chascarrillo, las rimas pueden aparecer por cualquier esquina: «¿Hay algún consonante de "fraile"? Hayle». En efecto: confluencias fonéticas a partir de ortografías distintas, la conjugación de un verbo, cambios de género o número en un sustantivo, o la simple adición de un pronombre pueden llevar independientemente a una misma terminación. Quien necesite un consonante en -uelo no sólo agradecerá diminutivos fósiles (pañuelo), o no (pequeñuelo), y vocablos como duelo o bisabuelo, sino también un huelo o un cuelo sólo deducibles de sus respectivos verbos. Aunque la sencilla reflexión que conduce a la búsqueda de infinitivos en -olar o en -oler encuentra de nuevo una ayuda clave en este diccionario. Casos como guzla, por último, no ofrecen ningún problema: carecen de rima.

El constructor de palíndromos (esas frases capicúas, que se leen igual en una u otra dirección, como "Es raro dorarse") gozará tambien de la posibilidad de encontrar una palabra que termine exactamente en la secuencia de letras deseada. Que el número de estos artesanos sea desdichadadamente reducido no implica que no se sientan agradecidos ante esta herramienta básica.

Entre el público especializado, son los investigadores de la morfología del español los que más uso podrán hacer de este diccionario inverso. Disponer inmediatamente de todas las palabras acabadas en -ificar o -bilidad es algo que sólo se puede conseguir a través de una obra como esta.

Pero investigaciones fundamentales, no sólo gramaticales sino incluso filosóficas, pueden basarse en este prodigioso instrumento: ¿de cuántas formas puede hacerse una cosa determinada? El cuidadoso listado de los más de dos mil doscientos adverbios en -mente propone al lector una aventura asombrosa: desde bobamente (la primera en el orden alfabético inverso) a atrozmente (la última); o desde píamente (la más breve) hasta desproporcionadamente (la mayor), desfilarán ante sus ojos todas las posibilidades de la calificación verbal.

Quizá podamos ahora comprender mejor al escritor con la pluma suspendida en el aire para rematar una frase, enfrentado al vértigo de la lengua : "Y Conrado abandonó la habitación sollozando..." ¿Cómo seguir?... ¿quizá "desproporcionadamente"? Quede este apunte como un posible ejercicio para las modernas academias de escritura creativa.

Por no hablar de la función enciclopédica: el diccionario inverso responderá a ella en la medida en que lengua y mundo ofrezcan una organización similar. Por ejemplo, el estudioso de los caminos por los que el futuro se nos revela obtendrá en segundos todos los tipos de mancias, de la "onicomancia" (por las uñas) a la "uromancia" ("Adivinación vana y supersticiosa", predica la Academia, "por el examen de la orina"). Y, de nuevo, habrá que apelar al buen juicio del lector para sortear el escollo de considerar la "trashumancia" como una adivinación por medio del ganado.

Y, !ay!, también los diccionarios inversos tienen sus zonas de escasez y despoblamiento, que claro está no coincidirán con las de los dicionarios normales. No existe ninguna palabra terminada en ñ, ni en v. Y pocas letras habrá tan desasistidas y melancólicas como la g, en la que apenas habitan zigzag, gong, ping-pong e iceberg.


Publicado originariamente en Diario 16, el 22 de septiembre de 1990
Última versión, diciembre de 1999
 

Otra obra de Ignacio Bosque

 

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