El jadeo y el verbo

Donde se averigua qué hablábamos antes de hablar, concluyendo con una propuesta atrevida

 

José Antonio Millán

 

 Vicente García de Diego, Diccionario de voces naturales, Madrid, Aguilar, 1968, 724 páginas

 

La más primitiva de las sociedades humanas posee una lengua que nada tiene que envidiar a aquella en que Homero cantó la cólera de Aquiles. Desnudos, simiescos, devoradores de sus semejantes, tendrán sin embargo riquísimas estructuras gramaticales, un vocabulario de decenas de millares de palabras. No es por ahí por donde encontraremos la solución al enigma del origen del lenguaje.

El descubrimiento reciente en el Monte Carmelo de un hioides fósil (el hueso de la base de la lengua) tampoco ha despejado la incógnita: nuestro abuelo de hace sesenta milenios ya podía, sí, hablar. Pero, ¿qué palabras salían de sus labios?, ¿estarían más cerca de la cadencia del hebreo que de los sutiles clics de los bosquimanos del Kalahari? Sólo el hallazgo (piensan los más optimistas) de un neanderthal congelado despejaría la incógnita. Olvidan, fatuos, que existen disciplinas que harían hablar a las rocas...

Que el eslabón perdido pasara de una sarta de torpes gruñidos a las complejidades del subjuntivo es algo que ha repugnado, no sin razón, a los investigadores. Y sin embargo, ¿cómo reconstruir los estadios intermedios? ¿Qué queda entre nosotros de la lengua primigenia? Convencidos de que algún resto habrá, y en una toma de postura no exenta de apriorismos, los lingüistas ya lo han decidido: las 'voces naturales'.

Y éstas, desdichadamente, son materia poco respetable: "Es costoso tomar en serio para un trabajo científico lo que se tiene por pueril, como son los remedos de cualquier ruido, los balbuceos de los niños, las voces de los animales, las que el hombre emplea en su trato con ellos y otras cosas semejantes que los diccionarios raramente recogen y que las personas formales tienen por niñerías o zafiedades" (pág. x).

No es casual esta elección de los resquicios donde queda agazapado el lenguaje primero: los sonidos que emiten quienes no hablan, aquéllos con que hablamos a quienes no nos hablan, o los que proferimos "en la intimidad o semiinconsciencia" (pág. 18). Es decir todas aquellas situaciones en que la voz no encarna el alma del lenguaje, sino el instinto, lo más bajo, lo vergonzoso. El cuchi-cuchi del padre al niño, de la amante al amado; el garrapo, gorrín, gorrino, o gurriato de llamada al cerdo; o la aspiración ansiosa que precede a la ingesta de comida, y da nombre al acto de comer: "jamar, que algunos creen del sánscrito kha; vasco ahamen, 'bocado'; tagalo hamohamo, 'goloso'; francés humer, 'sorber'" (pág. 46). En suma, casi todo aquello que jamás veremos reflejado en nuestra literatura peninsular, forjada "en un ambiente étnico de seriedad, empaque y culteranismo" (pág. 5).

Así, junto a vocablos de estirpe noble, con padres, abuelos e incluso primos conocidos (familias de prestigio, como la que agrupa César, Kaiser y Zar), tendremos el mar inexplorado de lo imitativo, lo jadeante, lo gutural. Recorrerlo a lo largo de las lenguas del mundo es la tarea gigantesca que se propuso, y cumplió, García de Diego.

El Diccionario de voces naturales está ordenado por raíces, es decir, por los núcleos significantes primitivos que habrían de dar lugar a palabras en muy distintos idiomas. De cada una de las raíces se nos da cumplida información con ejemplos de lenguas de todo el mundo. Y cuando se compara este cuidadoso rastreo onomatopéyico con las habituales piruetas etimológicas, a decir verdad el ánimo del lector se inclina claramente hacia la creación expresiva. Así, en el difícil caso de basca, 'onomatopeya del asco', la etimología puede apelar no sólo a un prudente origen en el árabe bazaqa, 'vomitar', sino también al vasco baska, 'cieno', un hipotético latín vascare, 'torcerse', e incluso al celta waska, 'opresión'. Todo ello con tal de no pensar en los dificultosos orígenes, cuando la oleada rechazada por el estómago se hace conjunto de fonemas.

Y esto sin salir de los límites de la palabra, conque, ¿qué asombroso cúmulo de oscuridades no encontraremos al saltar a la frase, al discurso? Si la reconstrucción del indoeuropeo condujo a la posibilidad de escribir en esa hipotética lengua madre fábulas enteras (con las que, como alguien observó maliciosamente, poco podía hacerse, salvo sentarse y mirarlas), ¿no habrían de llegar las investigaciones sobre voces naturales a la reconstrucción de un fragmento del discurso de los Primeros? Como los estudiosos sólo han alcanzado a esclarecer las palabras naturales, y poco dicen de su concatenación protosintáctica, habremos de conformarnos con proponer algunas reglas sencillas: "Lo que pasó primero se cuenta primero"; "Si algo se repite, es que pasó varias veces, o fue muy largo", y "Lo que se dice muy fuerte es muy importante".

 

(1) Ejemplo doblemente significativo. ¿No hay quien ha calificado a la palabra de "hija de la actividad culinaria"? Vid. Faustino Cordón, Cocinar hizo al hombre, Barcelona, Tusquets, 1982, 4ª edición, pág. 125.

 

Y así esta época feliz podría asistir sin rubor al viejísimo relato de la captura y despiece, preparación y consumo (...y tal vez posterior restitución) del animal más graso (1), con el fuego crepitando en las oclusivas, el ansia encarnada en las velares, y un ejército de labiales chapoteando ante el contacto.

Gorrín, gurrín. Plaf, ñac. Ris-ras (crépita-crépita). Ñam, ñam. Ham, hammmm. Hummm, hammmm, ñam. [larga pausa] Basca. Basca...

No muy lejano de éste sería, sin duda, el relato del memorable festín hecho por nuestro común antepasado.

Publicado originalmente en Diario 16, el 3 de marzo de 1990
Última versión, diciembre de 1999
 

 

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