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Está muy bien levantarse por la mañana, tomar un café y salir a andar.

La primera duda es hacia dónde. Hay decisiones dictadas por los elementos, y son las menos penosas: si sopla una tramontana feroz, se impone un recorrido a sotavento; cuando hay viento de mar no es el mejor momento de ir hacia Cala Nans; una mañana turbulenta con el Pení coronado de negros nubarrones parece aconsejar un recorrido corto, y así sucesivamente. Pero imaginemos un día de noviembre, o de marzo, que amanece con unas tenues brumas que el sol pronto disipará, con el viento en calma y el mar llano: ¿hacia dónde ir?

Se trata de una resolución delicada: un error puede dar al traste con toda la jornada. Uno empieza a moverse, casi imperceptiblemente, y pronto nota algunas señales sutiles: apetece subir mucho, o bien hacia ese lado hace meses que no voy, o en esta época del año por allí hay una luz muy bonita. Apenas te has dado cuenta, ya estás en ruta. Si luego descubres que no era, a lo mejor puedes rectificar...

Sólo con tomar la precaución de echarse al bolsillo un par de manzanas, y quizás un trozo de queso, uno puede caminar durante horas.  Navaja y cámara son cosas que uno siempre lleva consigo; como unas buenas botas. Aporto aquí unas que me acompañaron muchos años, fotografiadas en el estertor final:

 

 

La clave es ligereza.

No hace falta ni llevarse un bastón: siempre hay alguna rama que te preste apoyo. Pero es en la elección de bastón donde comienza realmente la jornada. Sería absurdo coger el primero que uno encuentra, porque en seguida se les coge cariño y luego aparece uno mejor. Hay que trepar y resoplar mirando hacia los lados, hasta que se ve algo realmente prometedor. Con frecuencia hay que prepararlo: quitándole las ramas laterales, cortándolo si es muy largo.

Pero un caminante sin bastón no es del todo un caminante: el trípode progresante es más estable que el bípedo implume (a propósito: por supuesto un buen anorak o chubasquero, para protegerse del viento constante o del sol). Por no hablar de extraños encuentros por esos desolados parajes: perros, una serpiente o un loco. Se ve cada cosa por esos andurriales... Una persona con bastón es otra cosa.

Según los sitios que uno visite, mejor llevar las piernas cubiertas. Salvo cuando las devora algún incendio (y es el único motivo para apreciarlos), todo está lleno de zarzas. Proliferan allá donde ninguna otra planta lo hace; extienden sus tentáculos como para atraparte: hacia el centro de un camino, en medio de un paso angosto. ¡Y si te engachan...! En mis paseos, de pronto he comprendido con horror el sentido propio del verbo enzarzarse, cuando tras un primer error cada movimiento hace que quedes más enganchado. Y muchas veces he recordado con dentera la reacción del eremita que, turbado por tentaciones carnales, se revolcó desnudo en un zarzal... ¡No hay que llegar a tanto!

 

 

Y luego están los ritos y supersticiones del caminante. Por ejemplo: a mí me gusta volver a casa con algo. Puede ser una piedra especialmente bonita, o extraña, o prometedora (a veces muy grande: acarreé una inmensa desde el Rec del Infern hasta casa). O un trozo de hierro herrumbroso: los colores rojizos de una pieza inidentificada perdida hace décadas en la montaña pueden ser muy bellos, y esas texturas granulosas... También me gusta traerme algo para quemar. De ese modo me da la impresión de que un trozo del campo penetra en casa, y me da calor. Una piña puede servir, o un muñón de raíz, o un palo.

Pero sobre todo es muy agradable conseguir algo de comer. No hablo de la ramita de hinojo, el fenoll local, que perfuma la boca y quita la sed, tan agradable de llevar durante unos minutos en la boca, sino de cosas más serias: puede ser una piña de uno de los pocos pinos salvados de los incendios, que aún conserva sus piñones; o un higo chumbo, en su época; o un puñado de almendrucos; o un racimito de uvas de una parra salvaje, maduras al sol; o una bolsa de aceitunas, las pequeñas arbequinas recolectadas de los raquíticos olivos asilvestrados que han brotado de los antiguos campos quemados. Y si no hay nada de eso, pues siempre se pueden encontrar unas ramas de romero; o una mata de tomillo, de las asombrosas variedades locales, con toda su paleta de sabores, del limón al incienso; o unas fragantes hojas de laurel... Para mí comer esas aceitunas, o frotar el romero en el pan tostado, es celebrar una especie de comunión.

Y hay días especialmente venturosos que te deparan  de todo: piedra, hierro, fuego y alimento. Aquí registré uno:

 

 

 

Reconocer el terreno también es un trabajo: ¡hay tanto!, y no se puede confiar solamente en la memoria. Al principio llevé cuidadosos cuadernos de campo, ¡anotando números de carrete y todo! Pero luego lo dejé: en parte porque ya conocía bien muchos lugares, pero sobre todo fue cuando empecé a trabajar con la cámara digital. Las mismas fotos servían de documentación del recorrido (y uno podía sacar muchas), y además podían anotarse al pasarlas al ordenador. Por no hablar de la posibilidad de meter pequeñas observaciones orales ligadas a ciertas fotografías, como me permite mi última cámara.

Todo ello condujo (y bien que lo siento) a abandonar las anotaciones de campo. Aquí aporto una de septiembre del 92. Hay un pequeño croquis, con toponimia de cosecha propia, allá donde no llegaba la del mapa ("Camino de los rumanos", por un extraño encuentro). Cuento algunas cosas que fotografié y hago observaciones del terreno, destinadas a ayudarme en caso de que vuelva por la zona. 

 

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¿Por qué ando? Para ver cosas que nadie ha visto, o que nadie está viendo. Para descubrir cómo vivían y trabajaban los hombres de antes. Para llegar allí o allá. A veces miro alrededor y pienso: ahí subí, ahí también, por ahí he estado, ahí me pilló la lluvia, allá vi un ave rapaz planeando durante horas... Miro todo, y es todo mío.

 

Si hubiera vivido hace un siglo, o incluso cincuenta años atrás, sin duda habría creado una Asociación, cuyo nombre habría sido:

 Amigos de los muros y construcciones de piedra seca
del Término de Cadaqués, y colindantes

Como estamos ahora mismo, no se me ocurre muy bien qué hacer: le cuento estas cosas a los amigos; a algunos les llevo de paseo, para que las vean. Y ahora, hago estas páginas…

Aunque a lo mejor se puede hacer algo.

 

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¿Quiere una foto impresa?

Y hay otras piedras...

 

 

 

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