Barraca de viña

 

Dispersas entre laderas y terrazas, o agazapadas en el fondo de algún recodo se encuentran estas construcciones microlíticas. La gente del lugar las llama "barracas de viña", y eso es lo que debieron ser (cuando había viñas): refugios para guardar aperos o (con más probabilidad) para resguardarse cuando uno de los aguaceros o tormentas repentinos frecuentes en estas tierras descargaba de pronto.

Esta barraca (próxima al viejo camino de Cadaqués a Port de la Selva) es realmente la mínima expresión. Se trata de un cubo completamente abierto por la parte delantera, que mira a mediodía, mientras que ofrece una espalda cerrada hacia la tramontana. Levantado en el borde de un talud, todo un costado y la parte trasera se apoyaban sobre un contrafuerte igualmente pétreo

Había que agacharse para entrar, y su interior únicamente podría cobijar a dos personas sentadas, y sólo a una con comodidad. Una gran piedra plana proporcionaba asiento a resguardo (siempre que no se estiraran las piernas), pero una vez en su interior, calentado por el sol, y oyendo los empujones del viento contra la pared, se estaba muy bien.



La vista desde el interior, al borde de la terraza, y más allá el cielo y el mar, era de lo más apropiado.

En una esquina había huellas de los remotos pobladores: una rústica parrilla hecha de alambre, y una trampa cerrada y vacía. Una lata antigua y oxidada podría pertenecer también a sus habitantes, porque ningún excursionista llegaría a lugar tan aislado y (aparentemente) inhóspito. Tendríamos, así, una idea de la dieta de los trabajadores de los campos próximos: alimento traído de fuera más el producto de la cacería de las bestezuelas de aquellos montes. (Cuáles serían éstas es algo que, en vista de la pequeñez de la parrilla, no quiero ni imaginar).


 

 

 

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