Intervención in absentia

 

JOSE ANTONIO MILLAN

 

El quinto lunes de abril, un hombre desea estar a muchos kilómetros de distancia del punto en que se encuentra. El conjunto de medios que podrían conseguir el milagro (aviones, coches, hoteles) resultan insuficientes. Entonces imagina.

 


Por ejemplo: subiendo por las Ramblas, emboca la calle Tallers, como otras veces. La calle describe una leve curva, que a él le parece más pronunciada que de costumbre. Anda unos pasos y se cruza con una joven muy bella. Dominado por la admiración se vuelve sobre sí mismo para seguirla con la vista, hasta que ella entra en un portal. Entonces (aquí el error) en vez de deshacer el giro en sentido inverso, completa la vuelta. Mareado, se descubre subiendo Los Madrazo, rumbo a Sol. ¡Nadie gira en Tallers impunemente!

 


O bien: un hombre reflexiona en una mesa de café. A su lado una botella de Klein, un licor nuevo que el camarero le ha ponderado mucho. "El espacio que me separa del sitio en que desearía estar", medita, "no permanece quieto: el giro del planeta, las presiones formidables con que se lo disputan fuerzas de gravedad en litigio... El espacio es de chicle, y yo mismo, aquí quieto, podría ya rozar a mi destino, casi sin darme cuenta, o estar en este instante justo dentro". Bebe un sorbo. "Para ahora rebasarlo... ¡Mala suerte!". Paga y sale.

 


Otro más: un investigador tiene una cita a través de una voz femenina: "Admiro sus trabajos. Le puedo dar más datos... Conozcámonos: en el bar del Círculo, a las siete. Seré la más rubia". Llega a un edificio rematado por una estatua colosal de un guerrero. Nunca ha estado allí. Para acceder al bar, es advertido, deberá pagar. Rebusca en sus bolsillos, y saca una moneda. "¿Cien pesetas?", se ríe la muchacha de trenzas arrolladas a los lados, "¿no tiene algo verdadero?", y señala la caja: monedas con motivos geométricos, y en las que son de oro el perfil recto de una mujer muy seria. "Bueno, pase", concede. Y así avanza, entre músicas, cantos y ruido de vasijas. Una cae a sus pies, y se destroza. Sólo entonces sabe dónde está. El máximo especialista en cerámica ibera, como es lógico, tan sólo la vió en trozos.

 


Por último: un hombre desearía estar en un estrado lejano. Allí podría decir que la obra de Bioy, al barajar en lo cotidiano otros mundos y otras leyes, logra la maravilla de familiarizar con lo imposible. Tras la lectura de Bioy, el mundo es un lugar elástico en el que cabe todo, y viejos mitos coexisten con aeroplanos, mientras los hombres sufren y aman, como siempre; eso podría contar, y aun, si se animara, daría algún ejemplo. Y entonces concibe un medio ignoto: "Si yo pusiera en letras esto que pienso, y si algún artefacto recorriera las líneas de mi pluma y las hiciera impulsillos de luz, y las lanzara bien prietas por un cable hasta su destino instantáneo; y si allí una voz amiga las leyera en voz alta, ¿no habríamos abolido las distancias y el tiempo?". Entonces puse el fax.

Muchas gracias.

 

 

[CICLO SOBRE BIOY CASARES: Intervención "in absentia" en el Círculo de Bellas Artes (Madrid), 29 de Abril de 1991]

 

 

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