a Libros & bitios

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José Luis Rodríguez Illera

El libro electrónico

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'Libro electrónico' es una expresión que ha tenido fortuna y ha pasado a ser un sustantivo habitual, especialmente en su versión anglosajona de una sola palabra: el ebook. El núcleo de la expresión reside en cómo determinados textos electrónicos se configuran siguiendo la metáfora visual y organizativa de los libros no electrónicos, impresos en papel, simplemente los libros.

Hay mucha controversia sobre los libros electrónicos, así como mucho 'vaporware', pues una parte de la industria editorial ha visto en ellos un futuro posible. De hecho, las previsiones realizadas por la Unión Europea hace unos años (Informe El_PUB, 1996) situaban en aproximadamente un 10% del total el porcentaje que correspondería a las publicaciones electrónicas hacia el 2002, más en unos sectores que en otros, y sólo una pequeña parte en libros electrónicos que dicho sea de paso no existían como ebooks en ese momento. El punto de inflexión en estos años lo ha marcado la edición electrónica de una novela de Stephen King, con resultados muy contradictorios sobre su aceptación por el mercado.

Por tanto, y a pesar de que podamos mirar los ebooks con otros enfoques, la discusión sobre ellos (y otros conceptos/productos afines, como la eink o el epaper) está muy unida a su éxito comercial, y a cómo algunas empresas editoriales quieren transferir parte de su producción a este nuevo medio. Problemas aparentemente alejados de la lectura y de sus soportes se colocan en primer plano: los derechos de autor, la seguridad y las formas de pago, la consiguiente protección de los ebooks frente a la copia, los tipos y variedades de aparatos para leer los ebooks (también llamados ebooks ellos mismos, cuando son máquinas dedicadas y sólo tienen la función de leer libros electrónicos [sobre terminología, véase. N. del E.]). Cuestiones que tienen más importancia de la que parecen, pues los ebooks transforman algunos parámetros de la industria editorial, como la distribución, o los costes de 'impresión, o la duplicación, por poner ejemplos claros, de una manera nueva, tanto como la idea misma de libros electrónicos.

 

Los límites de una metáfora

Un libro se organiza ante todo mediante la página, las páginas encuadernadas, cosidas y con tapas, de manera que forman una materialidad que se despliega en esas unidades, una a una, linealmente. Esta materialidad espacial del libro clásico es, a su vez, la que organiza visualmente el texto que se ‘va viendo’ y leyendo página a página, en una concreción bidimensional del libro.

Al contrario, las pantallas actuales son siempre planas y no dan la sensación de grosor que tienen los libros. La metáfora del libro es, pues, una metáfora imperfecta, que sólo recoge la paginación del texto, su numeración (un artificio simple pero eficaz de indexación), y una cierta maquetación del texto en la página, conservando márgenes. Sólo algunos rasgos, pero quizá los más esenciales. Deja fuera, sin embargo, la propia materialidad del libro, su tamaño que, en general, permite sostenerlo con las manos, sus texturas, su transportabilidad, sus múltiples situaciones de lectura, así como combinarlo con otros textos, no siempre libros, y en otros espacios físicos como cuando se consultan o se clasifican o se reordenan a la vez varios libros y documentos. Esa materialidad hace que los libros se adapten a muchas necesidades diferentes de los lectores, de una manera aprendida pero ahora casi natural, cercana y fácil, integrada en los modos diversos de lectura y de trabajo intelectual.

Por eso, creemos, han triunfado los dispositivos portátiles de lectura, en sus diferentes versiones, o los que están llegando (los denominados 'tabletas', que permiten cambiar la orientación visual de vertical a apaisada, además de reconocer la escritura manual). Estos ebooks llevan la metáfora un poco más allá, dándole la materialidad que le faltaba: permitiendo que el libro electrónico, en su doble acepción de dispositivo y de aplicación informática, sea literalmente manipulable, transportable y utilizable en muchas de las situaciones en las que podemos usar los libros.

Por desgracia, la metáfora tiene otro límite muy importante: el estado de pre-convergencia tecnológica en el que se encuentran los libros electrónicos. El soporte de los libros, el papel, resulta ser una tecnología asentada y generalizada, con muy pocos intermediarios: es suficiente una pluma o un lápiz, una vieja máquina de escribir o una impresora, para que el resultado sea satisfactorio e inmediatamente visible y legible. El código escrito no precisa más para inscribirse. Pero los intermediarios de los ebooks son variados y normalmente incompatibles entre sí: diferentes máquinas, diferentes sistemas operativos, diferentes aplicaciones de lectura y de escritura, muchas de ellas incompatibles entre sí.

 

Más allá de la metáfora: qué no se puede hacer con un libro

Afortunadamente los libros electrónicos son también algo más que libros. Y, cada vez más, empieza a compensar leer en pantallas.

Por una parte son transportables en otro sentido que los libros en papel. Son bits y bytes, dígitos, y en el espacio de un libro convencional podemos tener centenares de libros electrónicos. No digamos en el disco duro de un ordenador portátil: probablemente más de los que leeremos en toda nuestra vida. Pero también y sobre todo son transportables virtualmente, como una potencia que se realiza cuando los descargamos desde cualquier lugar conectado a la red. Los libros electrónicos, igual que los documentos electrónicos en general, cambian la noción de biblioteca. Por otra, no se degradan y son clonables de una manera exacta simplemente digital.

Sin embargo, lo especial de los libros electrónicos, lo que es verdaderamente distintivo, más allá de sus desventajas o de sus otras cualidades mencionadas, es que cambian las formas de leer. Si la lectura es hoy en día pensada como una práctica, sujeta a avatares históricos, sociales, grupales e individuales, el núcleo duro de esa práctica es la manera cómo finalmente el lector se enfrenta con el texto. Y aunque es cierto que la idea misma de texto es el producto construido de los condicionantes mencionados, y especialmente de la disposiciones retóricas del texto, creadas por una 'comunidad de interpretación' según el brillante concepto de Stanley Fish, los libros electrónicos aportan muchas posibilidades nuevas a ese texto potencialmente 'móvil'.

Por empezar con la más obvia: la indexación completa y las formas de búsqueda. Los índices habituales, cuando existen, contienen sólo las palabras, autores o conceptos que el autor ha considerado incluir. Pero lógicamente sólo encontramos los que el autor ha creído importantes. De alguna manera son una extensión del texto. Por el contrario, los libros electrónicos no suelen tener índices: simplemente se puede buscar cualquier palabra en cualquier momento y de manera exhaustiva. Una vez que se ha leído con esta funcionalidad incorporada es difícil no utilizarla. Sobre todo por la rapidez que aporta. Y es sólo el principio: la indexación actual es muy superficial, pues se suele realizar sobre las palabras que contiene el texto. Pronto veremos índices exhaustivos con frecuencias, tamaños de las palabras, categorías gramaticales (de hecho, ya están presentes en algunos programas de enseñanza de la lectura como es el caso del francés Idéographix).

Aunque podamos hacer cosas nuevas con los libros electrónicos, como las que acabamos de nombrar y otras muchas, ¿tienen futuro? Obsérvese que hemos sustituido la pregunta sobre el futuro del libro (que ha dado lugar a varios ensayos conocidos) por la del futuro de los libros electrónicos. Y, obviamente la respuesta es positiva en ambos casos, al menos al medio plazo en que es posible ejercer de adivinos. Los cambios en la industria editorial son siempre lentos, y cualquier cambio que se produzca, y muchos ya se están produciendo, será tan gradual como las diferencias existentes entre la masa de lectores.

Hay varios ejes que nos parecen problemáticos en estas preguntas sin respuesta a largo plazo. Incluso aunque consideremos, a título personal, que los libros (y revistas, periódicos, guías, etc.) electrónicos, bajo la forma evolucionada que adopten y que apenas podemos prever, son sin duda un futuro de la edición tradicional.

Uno de ellos es la idea misma de página en que se basa el libro desde sus orígenes. Durante casi un milenio la página ha servido a la vez como un medio para indexar los contenidos y como la unidad material mínima en que se descomponía un libro. Pero la página es un artificio que no tiene equivalente 'natural' en la edición electrónica, que como mucho cuenta en caracteres, y que es incluso un estorbo para disponer el texto en resoluciones distintas, o con tamaños de letra que pueden cambiarse según el gusto del lector. Y, sin embargo, la página es la manera construida mediante la que pensamos en los textos: imprimimos en folios (páginas) y no en papel continuo, citamos mediante el recurso a una página, o indicamos a nuestros estudiantes las páginas que deben leer. La metáfora misma de libro electrónico es un documento electrónico paginado. Los libros electrónicos soportan una contradicción entre paginar para ser libros y hacer del texto un puro juego electrónico, una cadena de caracteres de principio a fin.

Aunque la página nos dé una unidad visual de lectura es tan sólo un aspecto a considerar. Los libros electrónicos que funcionan en PDA (como los basados en Palm o en PocketPC) lo hacen en resoluciones de 320 por 240 píxeles, o incluso menores. Los mismos libros pueden ser leídos en resoluciones de 1152 por 768 píxeles o mayores, cuando se visualizan en un monitor estándar de diecisiete pulgadas. Las tabletas soportan 800 por 600 píxeles, de manera que el área de visualización tiende a ser apaisada (como ocurre con los televisores actuales que imitan el formato más horizontal del cine, considerado más natural para ser visualizado), aunque pueden girarse si se prefiere. Por tanto, la unidad visual de lectura depende mucho de la pantalla en que se lea como, dicho de paso, ocurre con los libros y sus múltiples ediciones, aunque la diferencia es que el texto electrónico se adapta a diferentes configuraciones, en muchos casos a petición del lector. Pero la página es a la vez una unidad visual de lectura y una unidad de organización del texto, que impone sus restricciones físicas pero que también nos da pistas visuales sobre el texto, para ser recordadas, o nos deja anotar en sus márgenes.

La discusión en torno a la paginación de los libros electrónicos es bastante ácida, al menos si leemos las listas de discusión sobre ebooks. No hay una decisión tomada, aunque los principales programas para generar libros electrónicos (Ms Reader, Adobe Ebook Reader) paginan y no permiten una redisposición fácil (reflow) del texto si se cambian sus características de tipo de letra, tamaño, márgenes o interlineado. Al menos, de momento.

Otro de los aspectos problemáticos sobre el futuro de los libros electrónicos es su multimedialidad. Aunque no parece que aporte nada a muchos géneros textuales, sí que lo hace con otros. Y, más allá de una moda coyuntural, la multimedialidad transforma la idea misma de documento. Los documentos actuales pueden considerarse como un subconjunto de los documentos multimediales, que sólo utilizarían un código lingüístico para componer el documento. Tampoco es exacto, pues muchos libros incorporan gráficos o fotografías. Si los libros electrónicos acaban siendo libros multimedia (algunos, como los creados con Ms Reader, permiten ya leer el texto en voz alta, aunque con las limitaciones de la tecnología actual de síntesis de texto a voz), quizás los mismos géneros literarios se transformen.

También es problemático el uso de una escritura hipertextual para componer libros electrónicos. No, desde luego, por las ventajas que aporta sino, de nuevo, por los efectos que pueden tener sobre otros géneros como la novela o la poesía. Claro está que los libros electrónicos no están referidos a un género escrito particular, pero las potencialidades que brinda el medio digital para utilizar un modo de escritura hipertextual son evidentes y potencialmente generalizables a cualquier género. Hay varios subgéneros en ese pequeño magma actual de autores y obras, desde las novelas interactivas (que no suelen ser propiamente hipertextuales) hasta la narración hipertextual propiamente dicha. Otros subgéneros que explotan las posibilidades hipertextuales o/e interactivas no tienen formato de libro, por lo que no los consideramos.

Lo problemático de este campo tiene que ver con la disolución de los límites entre géneros. No tanto porque se pueda considerar negativo, o porque todos los límites estén bien establecidos y se consideren intocables, cuanto por la confusión añadida que van a introducir. De momento, los experimentos hipertextuales están reservados a intelectuales tecnologizados, y se ha escrito tanto sobre el hipertexto, sobre todo desde un punto de vista literario, como se han leído pocas narraciones hipertextuales. Pero el núcleo de la idea de hipertexto sigue siendo igual de atractivo que hace años.

Por nombrar un último aspecto problemático de los libros electrónicos es su utilización en determinados sectores estratégicos. Por ejemplo, el educativo. Hasta hace poco los únicos libros electrónicos eran los cuentos infantiles, según un cierto estándar dirigido a niños muy pequeños, de 3 a 7 años aproximadamente. Los intentos por introducir máquinas-ebooks dedicados no han tenido un éxito importante: parece como si el sector todavía estuviese decidiéndose por utilizar ordenadores portátiles, agendas PDA, o quizás las nuevas tabletas. Pero no, desde luego, ebooks que sólo sirven para leer libros.

En fin, que los libros electrónicos se encuentran, hoy, en una encrucijada. Apenas habiendo despertado en sus potencialidades, sin demasiado éxito editorial por el momento, y siempre dispuestos a disolverse en documentos electrónicos (no necesariamente paginados, multimediales, hipertextuales, y abiertos tanto a la interpretación como a la escritura), su uso avanza lentamente, mucho más lentamente de lo que esperaba una parte de la industria editorial, sobredimensionada en sí misma, que no acaba de ver una fuente alternativa de ingresos. La encrucijada se resolverá, quizá en unos pocos años, y sin duda los libros electrónicos la decantarán ofreciendo más y mejores funcionalidades de lectura. Pues, no lo olvidemos, por encima de cualquier otra consideración sobre su uso, soporte o almacenamiento, los libros existen sólo para ser leídos.

© 2002, 2003 José Luis Rodríguez Illera

Publicado en enero del 2003

Sobre el autor

 

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