Desesperación

 

Donde se plantea si es posible realmente hacer un diccionario,
concluyendo que puede intentarse

 

José Antonio Millán

 

 Igor Mel'cuk et.al., Dictionnaire explicatif et combinatoire du français contemporain, Montréal, Les Presses de l'Université de Montréal, 1984

 

Varias paradojas se encierran dentro de la idea misma de Diccionario. Una: que siendo finito, estén ahí todas las palabras. Dos: que estén ordenadas (y la misteriosa cercanía de ozono y pabellón). Tres: que se expliquen utilizando otras palabras. Cuatro: que todo ello remita, de alguna forma, a cosas que ocurren más allá de sus tapas ("el mundo").

Tal es la naturaleza de la lengua, que el más ignorante de sus portadores la posee en altísima medida (pues conoce la mayoría de sus palabras, y sabe cuándo debe usar ésta y cuándo aquélla, y en compañía de qué otras). ¿Se puede registrar y transmitir este saber pasmoso? Difícilmente.

La tarea de explicar qué encierra una palabra es titánica. Contar para ello con buena parte de los conocimientos del lector es algo frecuente. Pero hacerlo de forma tal que un hablante de una lengua ajena, o una máquina, pudieran usar el término en todos los casos en que lo haría un nativo, y sólo en esos (describir, en suma, qué hay en él), resulta directamente monstruoso. Y el camino recorrido en pos de esta imposibilidad está muy frecuentado. Elijamos un término, al azar:

«DESESPERAR: Perder la esperanza. Desesperarse es matarse de cualquier manera por despecho; pecado contra el Espíritu Santo. No se les da a los tales sepultura, queda su memoria infamada y sus bienes confiscados y, lo peor de todo, es que van a hazer compañía a Judas. Esto no se entiende de los que estando fuera de juyzio lo hizieron, como los locos o frenéticos.»

Esto cuenta Sebastián de Covarrubias en el Tesoro, el primer diccionario de nuestra lengua (1611). Y de esta manera comienzan los problemas, porque el insatisfecho lector ¿no habría de acudir a continuación a esperanza, para conocer su exacto alcance, y de ahí tal vez a otro u otros lugares? Y luego la tentación enciclopédica: la narración de detalles y circunstancias que no forman parte estrictamente del significado de la palabra, y que bien se podrían prolongar hasta el infinito.

«DESESPERACION. f.f. Pérdida total de la esperanza: y por Antonomasia se entiende de los bienes eternos. Lat. Desperatio. Ribad.Fl. Sanct. Vid. de N.Señora. Si te comienzas a ahogar por la graveza de tus delitos, y temes caer en el profundo abismo de la desesperación, piensa en María [...]. Vale asimismo cólera, enfado, enojo [...]».

He aquí, en esencia, el mismo contenido, pero ahora más claramente matizado, e ilustrado con citas (en el límite, la suma de todos los pasajes en que aparece una palabra constituiría, en negativo, su significado). Se trata del Diccionario de Autoridades (1732), y la definición que aporta es la que se mantendrá básicamente en el actual de la Real Academia.

En el moderno Diccionario de uso de María Moliner leemos:

«DESESPERARSE: [...] Sentir y mostrar con lamentaciones , gestos, etc., disgusto violento por un contratiempo grave [...] (V.: "Darse con la cabeza [cabezadas, cabezazos, calaba-zadas, calabazazos] contra la pared, tocar [coger, agarrar] el cielo con las manos, caer en la desesperación, entregarse a la desesperación, deshacerse, enfurecerse, ponerse furioso, ponerse como [volverse] loco, tirarse de los pelos [...]")»

Esta definición, mucho más rica, con acopio de equivalentes, frases hechas y sinónimos, ¿aclara sin embargo todos los usos comunes de la palabra, y sus relaciones con otras? ¿Permitirá al extranjero, a cualquiera que observe la lengua "desde fuera" conocer sus límites? Efectivamente: uno puede caer o hundirse en la desesperación, pero ¿se ahogaría o salpicaría de ella? Y cuando alguien se recupera de dicho estado, ¿cómo hace exactamente?, ¿emerge, se levanta...? Uno puede estar al borde de la desesperación, pero, ¿y en su esquina? Por no hablar de los signos corporales: tal vez en una "lengua" se usen las calabazadas contra la pared, pero en otra lo más indicado será el crujir de dientes.

¿Puede, entonces, existir un diccionario completo, uno que dibuje la totalidad del laberinto que rodea a cada palabra? Puede intentarse:

«Desesperación de X ante Y= Fuerte emoción desagradable de X causada por el hecho siguiente: X, creyendo muy importante escapar a un acontecimiento (ligado a) Y, considera que ya no puede librarse de él; esta emoción aumenta porque X pierde la capacidad de obrar (de manera razonable); esta emoción es la que normalmente se da en situaciones parecidas.

»Funciones léxicas: Sing: acceso, crisis [de -] ¦C1 = V. A1Culm: en el colmo, en el paroxismo [de ART -]. Adv1: en [ART -], en un momento [de -]; con [0/ART -] [se acordaba con desesperación de sus ternezas]. Magn + IncepOper1: sumirse, hundirse, lit. abismarse [en ART -]. ProxOper1: estar al borde <en el límite> [de la -]. Caus2ProxOper1: llevar [a N] al borde [de la -]. F1 = Perm1Manif o Perm1Func0: abandonarse, sucumbir, ceder, dejarse ir, dar libre curso [a ART -]. Conv21Manif: dejar traslucir, mostrar, experimentar. A pesar de X Conv21Manif: traicionar [ART -] [Su rostro traicionaba su desesperación]. Sínto213: arrancarse los cabellos [de -].»

 

Para una prolongación del análisis de la desesperación, bajo otros supuestos, véase el Diccionario de los sentimientos Los párrafos anteriores son la adaptación (y traducción) de un moderno intento de diccionario total del francés, al de Igor Mel'cuk. Esta obra fabulosa, y necesariamente incompleta, alberga en sus 170 páginas tan solo cincuenta entradas, todas ellas con el grado de detalle y aparato formal que acabamos de entrever. Hay que advertir que le hemos ahorrado al lector la mayor parte de las "Funciones léxicas", que en el original son siete veces más extensas; en ellas se habrán reconocido claves como Culm: culminación; Magn: intensidad; Incep: comienzo, etc.

Entre la referencia vaga para aquellos que ya conocen la lengua, y la descripción paranoica que no deja resquicios, está, pues, el vasto territorio de la lexicografía, que con razón se ha calificado de arte.

Publicado originalmente en Diario 16 el 21 de abril de 1990..

Última versión, 17 de mayo del 2000

 

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