La burbuja irisada

(Espacio, tiempo y la nueva narrativa española)

 

Pere Rupià i Vilaespriu

 

Hace unos meses me llamó por teléfono mi amigo A. Por razones que al final estarán muy claras, es mejor que no dé su nombre. Es profesor en una universidad del norte de los Estados Unidos, y me llamaba desde allí para darme una noticia: "Tengo casi segura mi tenure. Un curso más, y tendré el puesto". Como ése es el máximo grado posible dentro de la universidad americana, le felicité de todo corazón. "Sólo una cosa: el Dean se ha empeñado, y el Director del departamento me lo ha pedido a mí: tengo que dar un curso sobre 'Narrativa española contemporánea'. Te llamo para pedirte unos cuantos títulos de bibliografía que me hacen falta".

A. es una persona privilegiada: domina ocho lenguas (incluido el armenio de su madre), tiene un PhD en Leyes y otro en Tecnología Alimentaria, con grado Phi Beta Kappa: su tarjeta de visita es un muestrario de siglas. Su vocación por la literatura en castellano es relativamente tardía, y se ha dedicado sobre todo a poetisas centroamericanas, de modo que me interesó saber cómo abordaría el curso. No es que tuviera dudas sobre su capacidad. Poca gente habrá que haya leído tanto como él: siglos enteros de las principales literaturas mundiales, incluida la española, pero ¿a quien trataría de nuestros contemporáneos?

"Bueno: a Cela, Delibes, claro, Torrente, Tomás Salvador... y luego acabar con los jóvenes: Goytisolo, Marsé..." Aquello me dejó sorprendido, y así se lo hice saber: "Oye", le dije, "¿vas a dar a Cela y a Delibes en un curso sobre narrativa española contemporánea?". Hubo un silencio y unos pocos crics en la línea: un salmonete debía de estar mordiendo el cable submarino. "Claro, sí", contestó, "siguen escribiendo, ¿no?". "Sí, por supuesto", repuse, "pero oye: eso no es lo que se entiende aquí por contemporáneo: ¿y Fulano?, ¿y Zutano, Mengano y Perengano? Estos son los que escriben ahora, la gente los lee, les hacen las críticas, etc. ¿No los conoces?". "No", contestó A., "vagamente... Hazme un favor", le oí de pronto decidido, y de nuevo alegre, "Mándame sus libros. Todos los libros de todos ellos; los que me has dicho y los que se te ocurran: hasta los que hayan salido la semana pasada. Todos. Por avión".

De modo que nuestra cuenta común se desequilibró francamente en su dirección, y cinco pesadas cajas volaron hacia el otro hemisferio, con los frutos más granados de Alfaguara, Anagrama, Seix Barral, Tusquets y un corto etcétera. Luego me olvidé de A., me olvidé de su curso y de su tenure, y me dediqué a preparar mis propias oposiciones. Es fácil imaginar, pues, la sorpresa que me llevé al recibir el abultado sobre con el escudo de la universidad de A. Y ahora le voy a dejar hablar a él. Transcribo su carta, de la que sólo he suprimido algunas observaciones estrictamente personales, corrigiendo los inevitables deslices sintácticos, y algún mispelling, inevitables incluso en alguien tan culto como A. cuando se expresa en una lengua que no es la suya... Así decía:

 


Department of Romance Languages University of Z*** W***, U.S.A.

[escudo dividido en dos cuarteles: en el superior un hidroavión amerizando, en el inferior tres coníferas. A un lado y otro la leyenda: "Timeo danaos/et dona ferentes"]

 

Querido Pere:

Recibí prontísimo tu envío, y te lo agradezco. Tomo nota también de tu petición, y sólo te digo que me será difícil conseguirlos de tu talla: no había tan grandes y he tenido que encargarlos. ¿Cómo es que aún no se pueden comprar esas cosas en España?

He pasado tres meses leyendo sistemáticamente lo que me enviaste. Leí todos los libros, en el orden en que me iban saliendo de tus cajas (que a su vez, supongo, tendrían una disposición que sólo pretendía optimizar el empaquetamiento). No se me ocurrió un método mejor, porque la verdad es que no tenía ninguna idea previa sobre lo que me encontraría allí. ¿Y qué fue lo que me encontré? Yo debo decirte en primer lugar que me he aburrido bastante (aunque eso me habría pasado si me hubiera dedicado a devorar toda la última narrativa francesa --sobre todo la francesa--, o alemana). Claro que también tuve algunos momentos buenos... Pero a medida que vaciaba las cajas y aumentaban los montones repartidos por los suelos de mi dacha, me iba invadiendo una sensación extraña, y sólo poco a poco pude ir dándole forma. ¿Era eso que leía literatura española?, ¿era literatura contemporánea?

Las obras transcurrían con frecuencia en otros países, y los protagonistas tenían nombres extranjeros, o bien ocurrían en espacios irreales, con personajes de nombres inidentificables; cuando ocurrían en España, la acción se situaba en años pasados, o bien directamente en periodos ilocalizables, neutros (aunque algunos se pretendieran el presente). Esos escritores tenían --y perdona que recurra en este caso a la terminología psicoanalítica-- un comportamiento de evitación, de evitación literaria de su medio natural. Qué curioso, pensé... ¿A qué se debería?

Fíjate que yo, un extranjero, me he quedado sin ninguna impresión del mundo del que provienen esos autores: ¿cómo es ese país?, ¿qué problemas tiene?, ¿sus habitantes trabajan, o qué demonios hacen? Como además las opciones estilísticas eran más bien débiles, me he encontrado con la sensación general de estar leyendo algo escrito hace varias décadas: la mayor parte de las cosas que me enviaste, creadas en torno a los años '80, me sonaban vagamente a literatura española de mediados de este siglo, y a distintos tipos de traducciones de ese momento.

¡Traducciones! Eso me dio otra clave: ¡estos autores españoles, que en los temas no querían serlo, tampoco querían parecerlo! Algunos escribían como alemanes (Justo Navarro, José María Guelbenzu, Mercedes Soriano, Alejandro Gándara); otros tenían vocación de franceses (Enrique Vila-Matas, Soledad Puértolas, incluso Jesús Ferrero, bajo la máscara oriental); aquéllos querrían ser americanos (Juan Benet, Antonio Muñoz Molina, Juan José Millás), y éstos ingleses (Javier Marías, Cristina Fernández Cubas, Vicente Molina Foix). No vi italianos, aunque sí algún ruso (Landero) y centroeuropeos (Javier Tomeo, Clara Janés). Por último, y ya es rizar el rizo, ahí había algunos que deseaban ser españoles, pero de los que escribían antes (Luis Mateo Díez, José Antonio Millán, José María Merino), y otros (menos de los que habría pensado) sudamericanos (Pedro Sorela, Luis G. Martín).

Esta es una descripción apresurada hecha desde la selección que me mandaste. No sé... No soy un fácil alucinado [sic] pero me parece que vuestra última narrativa ha sido arrebatada por lo que mi paisano Kilgore Trout llamaría "una burbuja espaciotemporal", una burbuja que además refleja los colores de las literaturas circundantes. Tú, que supongo que habrás leído más que yo, podrás decirme si me equivoco. Aunque bien sé que los nativos de una lengua, y más si enseñáis su literatura, no sois los más indicados para percibir este tipo de cosas. Seguiré explorando la cuestión. Un último ruego: no des publicidad a estas opiniones mías; podrían causarme problemas, y estoy gestionando que que me inviten a alguna Universidad de Verano. Y a propósito: no olvidaré tu encargo.

Un gran abrazo

P.D. En tu selección echo de menos a autores que me consta gozan de fama: Terenci Moix, Vázquez Figueroa, Almudena Grandes. ¿Puedes enviármelos?. Seguiré en el tema (¿se dice así?).

 

 

Volver a la portada