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Libro:
el sarcófago abierto

 

José Antonio Millán

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Este texto proviene de la intervención de apertura de la Book Conference 2007, Madrid, 20 de octubre (que, por cierto, este sitio web patrocinó). Gracias por la invitación a participar a Karim Gherab, Bill Cope y Mónica Fernández. Agradezco la ayuda que me proporcionaron mientras escribía este artículo Víctor Infantes, Fernando Rodríguez de la Flor y Javier Candeira. Apareció por primera vez en el número 4 de la Revista Texturas

Este artículo está sujeto a la licencia de Creative Commons "Reconocimiento-No comercial-Compartir bajo la misma licencia 2.5 España" (http://creativecommons.org/
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La imagen superior, "Sarcophaguses, east end of Abbey at Conques" (detalle), es de Nick in exsilio
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El futuro del libro
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En 1680 el impresor Alonso Víctor de Paredes[1] escribió de su propia mano (componiéndolo letra a letra con los tipos de su imprenta) un tratado sobre la fabricación de libros. En él declaraba:

Asimilo yo un libro a la fábrica de un hombre, el cual consta de ánima racional [...] y cuerpo galán, hermoso y apacible. Esto hizo su Majestad como Dios y todopoderoso. Nosotros como humildes y flacas criaturas procuramos formar un libro perfectamente acabado el cual constando de buena doctrina y acertada disposición del impresor y corrector, que equiparo al alma del libro, e impreso bien en la prensa, con limpieza y aseo, le puedo comparar al cuerpo airoso y galán.

Hay que tener en cuenta que en los Siglos de Oro españoles era frecuente llamar cuerpo a lo que hoy llamaríamos volumen, es decir: el libro físico. Dice el Tesoro de Covarrubias[2]: "un libro 'en tantos cuerpos', vale [equivale a] 'en tantos tomos'". Este uso da pie a la metáfora de Paredes; si el volumen es el cuerpo, ¿qué será el alma? Respuesta: el alma es la obra del autor (la "buena doctrina") y la composición (la "acertada disposición del impresor y corrector").

Hace ya, pues, más de tres siglos que está vigente la idea de que el libro es por una parte una obra, una idea formada por letras, y por otro lado un soporte: el papel y la tinta. Durante mucho tiempo ambas realidades parecían inseparables, como las dos caras de la misma hoja de papel. Hasta tal extremo que en español y en otras lenguas se usa la misma palabra para el contenido ("estoy trabajando en un libro sobre las pietre paesine") y para el continente ("¡mi libro pesa 700 gramos!")[3].

 

 

I

 

A lo largo de la Historia, autores y editores han jugado con las posibilidades técnicas existentes. Manteniendo (y extendiendo) la metáfora de Paredes, veamos algunas de las operaciones que ejercían sobre los cuerpos y almas librescos:

Clonación: La creación de una serie de individuos, idénticos en cuerpo y alma, a partir de un original es algo que se venía haciendo muy bien desde la invención de la imprenta, y que de hecho es su misma esencia.

Vampirismo: Un cuerpo exangüe extrae el espíritu de otro viviente. No de otra forma actúan los libros que se nutren de otros para sobrevivir. Están los que constan únicamente de partes de otras obras, como los centones[4] (que al menos, lo declaran). Y están los que copian sin decirlo...

Reencarnación: De nuevo, era algo que la edición tradicional practicaba con cierta frecuencia: el alma de un libro (su texto, y a veces su misma composición) pasaba a otro cuerpo, en el acto de la reedición de libros agotados.

Quienes creen en la doctrina de la metempsícosis ("las almas transmigran después de la muerte a otros cuerpos más o menos perfectos, conforme a los merecimientos alcanzados en la existencia anterior"[5]) quedarán defraudados al saber que hoy, por lo general, los libros emigran a cuerpos inferiores (edición de bolsillo) precisamente cuando sus merecimientos son muy altos.

Espiritismo: Es la convocatoria de un alma por parte de otra: la llamada desde las páginas de un texto a otro texto. El libro en papel lo intentaba con todas sus fuerzas, a través de las notas bibliográficas:

5 Véase Leibniz, Die philosophischen Schriften, ed. C I. Gerhardt, 7 vols., Berlín, 1857-90.

 "¡Véase!", se lamentaría para sí mismo el lector medio que se encontrara esta referencia, "!Quién pudiera...!".

 

 

II

 

En las últimas décadas (y precisamente en el momento en el que la tecnología permitía vislumbrar nuevas soluciones), empiezan a sonar señales de alarma acerca de los límites de uso de los libros. Se resalta la incapacidad para acudir a unos desde otros (más allá de la simple invocación) y las dificultades para encontrar algo en su interior: 

Vannebar Bush (1945)[6]: "las publicaciones han sobrepasado los límites de nuestra capacidad actual de hacer uso de la información que contienen". 

Theodor Holm Nelson (1981)[7]: "Cualquier documento [debería poder] citar a otro porque la cita se trae [...] del original en el instante de la petición".

 Y ya en plena época de la revolución digital una serie de autores no vacilan en caracterizar a los libros como informaciones encerradas, que sufren en su prisión de papel, pues el libro es el "sarcófago del texto"[8]

Steve Silberman[9]: "los libros son bits a la espera de ser liberados de su cárcel". 

Jeff Jarvis[10]: "La imprenta es el lugar al que van a morir las palabras". 

William Mitchell[11]: los libros son "caspa de arboles encuadernada en vaca muerta". 

Cory Doctorow[12]: "Los libros de papel son el envoltorio en que vienen los libros". 

En paralelo, se alababa el texto electrónico, el libro desencarnado: 

Cory Doctorow[13]: "Si no posees el libro electronico, no posees el libro".

 

  

III

 

En efecto: las nuevas obras exclusivamente digitales (pura alma) gozan de las capacidades que tienen los espíritus para moverse libremente.

En la World Wide Web, ese dispositivo mágico conocido como enlace hace venir (o, si se prefiere: 'nos lleva a') la obra convocada.

Los libros nonatos, que fueron creados directamente en versión electrónica, pueden esperar en una suerte de limbo. Desde ese lugar transmigrarán a libros impresos sobre pedido (POD), se colgarán en la Web, pasarán a e-books, y un amplio etcétera...

Con los libros digitales asistimos a fenómenos de posesión, mediante la que un espíritu ajeno penetra en un cuerpo ya ocupado. Los e-books (dispositivos de hardware dedicados a la lectura) son el ejemplo perfecto de ello: el cuerpo electrónico de un Iliad[14] (por ejemplo) albergará numerosos libros.

Una forma menos definitiva de posesión es la de los widgets[15] que meten fragmentos de obras en las páginas web de los fans.

 

 

IV

 

Pero el fenómeno más importante de nuestros días no es sólo esta vitalidad y flexibilidad de las obras digitales. La gran noticia es (continuando siempre con la metáfora de Paredes) que hoy la maldición se ha roto: el sarcófago de papel y vaca muerta en el que yacía el libro se ha abierto, y el alma de los libros preexistentes puede volar, libre.

Resurrección: los libros muertos, los textos encerrados en su sarcófago de vaca muerta o de árbol escamado son recuperados mediante la digitalización. Millones de volúmenes de las bibliotecas (Google, Microsoft, Open Content Alliance, ...), cientos de miles de volúmenes vivos de los editores (de nuevo Google, HarperCollins, ...) están saliendo a una nueva vida.

Pero el proceso de digitalización puede crear dos seres bien distintos: 

·        Zombis: libros que sencillamente se han fotografiado. Por fuera parecen libros electrónicos, pero no se comportan como tales: no se puede hacer búsquedas en ellos, ni cambiar flexiblemente de soporte, ni copiar un pedazo para incluirlo en otro texto...

·        Renacidos: sus cuerpos han pasado por el OCR, y ahora su alma textual y electrónica está disponible para cien usos distintos. 

Las almas de los libros que yacían olvidados en la bibliotecas, que cogían polvo en los almacenes de las editoriales, ahora, una vez digitalizados, se unen a las obras digitales nativas, y esperan todas juntas en el limbo al renacimiento. Ahí les espera el salto al papel, a la pantalla, a cualquier nuevo cuerpo permanente o transitorio inventado o por inventar...

Estas resurrecciones de los libros de las bibliotecas o de los almacenes de los editores están llevando a un panorama radicalmente diferente.

 

 

V

 

El diplomático y pensador político Diego de Saavedra Fajardo escribía en su República literaria (1612)[16]

Halléme delante de un hermoso Templo [...]. A la puerta se descargaban infinitas acémilas de libros. Recibían esta ofrenda muchos sacerdotes ancianos, los cuales con riguroso examen solamente admitían los libros que con propia invención y arte estaban perfectamente acabados y a los demás arrojaban en unas simas profundas y obscuras. 

Estamos sólo un siglo y medio después del invento de Gutenberg, pero ya las quejas por la proliferación de los libros son un lugar común. En otro pasaje de la misma obra, Saavedra Fajardo habla de la "universal inundación de libros" que se está padeciendo.

Al lado de esta exhuberancia aparece, como hemos visto, una fantasía (o un deseo) muy claro: que se puede separar el grano de la paja. Es el mismo que encontramos en la primera parte del Quijote (1605)[17]. El cura y el barbero hacen el escrutinio de la librería del hidalgo: 

Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños [...] El licenciado [...] mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego. 

En la fantasía del XVII, el cura de Don Quijote o los "sacerdotes ancianos" de Saavedra Fajardo dictaminarán qué libros sobrevivirán y cuáles irán a la hoguera o a las "simas profundas y obscuras".

En la actualidad, cuando tenemos a nuestras espaldas treinta y dos (¿o quizás cien?) millones de libros publicados a lo largo de toda la Historia[18], nos encontramos con que muchos de ellos la mayoría han sido condenados a la oscuridad. Pero esta condena se debe ahora, no a la decisión de ancianos sacerdotes, sino a las leyes del mercado y a la misma magnitud de los fondos biliográficos, que los hacen inmanejables.

En la oscuridad hoy están no sólo muchos libros de hace dos o cuatro siglos (congelados en la biblioteca, hasta que alguien los localice por búsqueda o serendipia). También están obras más recientes, las que se conocen como huérfanas[19]: obras agotadas, probablemente con copyright vigente, pero cuyo propietario se ignora. Los esfuerzos necesarios para reeeditarlos legalmente hacen inviable su resurrección.

Por último, en la oscuridad yacen también libros muy actuales, que apenas llegarán a las librerías, bloqueadas por best-sellers y obras oportunistas...  

Kevin Kelly[20]: "Mientras un puñado de autores de best-sellers le temen a la piratería, cada autor teme la oscuridad".

 

 

y VI

 

Esta es la más espectacular de las metamorfosis de los libros ya publicados, la que hace que sus almas digitalizadas aguarden la llamada de los lectores. Y cada uno pedirá lo que necesite o le dicte su capricho: quiero algo sobre el cultivo del olivo, sobre los cátaros, acerca del espacio entre las palabras, o bien: ¿dónde se decía no sé qué de "encuadernar en vaca muerta"?

Los libros resucitados, escudriñados por un ejército de máquinas[21], contestarán, y sus almas de texto volarán hacia el papel o la pantalla para habitar, por fin, en su morada definitiva: la mente del lector.

Porque a través de la escritura tiene lugar un proceso de auténtica telepatía, que comunica el alma del autor con la del lector, como relata Stephen King hablando del proceso de escribir y leer[22]

Yo no he abierto mi boca ni tú la tuya. Ni siquiera coincidimos en el año, y no digamos en la habitación. Y sin embargo estamos juntos. Muy cerca.

Se han tocado nuestras mentes. 

Y esa telepatía funciona incluso a través del tiempo, aunque hayan transcurrido siglos, con lo que se convierte en una comunicación con los muertos: a través de la lectura oímos su voz, en una suerte de psicofonía. Así, se veía también en el siglo XVII, cuando Quevedo escribía[23]

Retirado en la paz de estos desiertos
con pocos, pero doctos libros juntos
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos

Pero además, ¿cuál es el remedio contra el olvido?, ¿qué artificio permitirá que suene constantemente en nuestros oídos la voz de quienes ya no están con nosotros? Sigue el soneto de Quevedo: 

Las grandes almas, que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,

libra, ¡oh gran don Josef!, docta la imprenta. 

Es decir: se reconoce que "las grandes almas" ausentes por la muerte, que sufren las "injurias de los años", se salvan por obra de la imprenta.

Pues bien, ¿no será hoy la digitalización la que más librará de las injurias del tiempo las obras del pasado, y la que nos pondrá en contacto con sus almas? Ojalá que el proceso de convertir las letras de los libros dormidos en el flexible código que constituye el texto digital encuentre un Quevedo que pueda cantarlo.

 


 

[1] Alonso Víctor de Paredes (1680), Institución y origen del Arte de la Imprenta y reglas generales para los componedores, edición y prólogo de Jaime Moll, Madrid, Calambur, Biblioteca Litterae, 2002.

[2] Sebastián de Covarrubias Horozco, Tesoro de la lengua castellana o española, edición integral e ilustrada de Ignacio Arellano y Rafael Zafra, Universidad de Navarra, Iberoamericana, Madrid, 2006. S.v. cuerpo.

[3] Lo que no impide que saltemos de un sentido al otro en medio de una frase: "Estaba trabajando en el libro sobre las pietre paesine, y vino el gato y me revolvió los folios".

[4] Diccionario de la Real Academia, s.v.: "Obra literaria compuesta por una colección de fragmentos de otras obras" (http://buscon.rae.es/draeI/SrvltObtenerHtml?IDLEMA=16407&NEDIC=Si)

[6] "As we may think", Atlantic Monthly, junio de 1945 (http://www.theatlantic.com/doc/194507/bush); trad. esp. "Cómo podríamos pensar", Revista de Occidente (Madrid), marzo del 2001, traducción de Ernesto Arbeloa (http://biblioweb.sindominio.net/pensamiento/vbush-es.html).

[7] Literary Machines 90.1., Sausalito, Mindful Press, 7ª edición, 1990.

[8] Debo esta expresión a Víctor Infantes, quién la utilizó en el Seminario Litterae de septiembre del 2007.

[10] "Books will disappear. Print is where words go to die", The Guardian, 5 de junio del 2006 (http://books.guardian.co.uk/comment/story/0,,1790651,00.html).

[11] City of Bits: Space, Place, and the Infobahn, Cambridge, The MIT Press, 1995, pág. 56 (http://books.google.es/books?id=MxOgb9RWpKAC&dq=city+of+bits).

[12] "Microsoft Research DRM talk", 17 de junio del 2004 (http://craphound.com/msftdrm.txt)

[13] "Libros electrónicso: ni libros ni electrónicos" (http://jamillan.com/doctorow.htm)

[16] Edición de Jorge García López (Barcelona, Crítica, 2006).

[18] Anthony Grafton, "Future Reading", en New Yorker, 5 de noviembre del 2007 (http://www.newyorker.com/reporting/2007/11/05/071105fa_fact_grafton)

[20] "Scan This Book!", The New York Times, 14 de mayo del 2006 (http://www.nytimes.com/2006/05/14/magazine/14publishing.html).

[21] Véase mi artículo "La era de las máquinas lectoras", por aparecer en Arbor (2008), monográfico "Ciencia y cultura en la Red".

[22] Stephen King, On writing (Nueva York, Scribner, 2000). Trad. esp. de Jofre Homedes Beutnagel, Mientras escribo (Barcelona, Plaza y Janés, 2001), pág. 85.

[23] Francisco de Quevedo, "Gustoso el autor con la soledad y sus estudios, escribió este soneto", en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12369307566153501654091/p0000001.htm?#I_65_ . Imprescindible sobre el mismo: Darío Villanueva, La poética de la lectura en Quevedo, Madrid, Siruela, 2007.

 

     

Creación, 20 de febrero del 2008
Últimas correcciones: 24 de febrero del 2008

 

 

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