La tragedia del español

Sueños de grandeza y pobres realidades para el futuro internacional de nuestra lengua

José Antonio Millán

 

 

Marqués de Tamarón (dir.)
Eloy Ibáñez, José Antonio Pascual, Antonio Castillo, Francisco Moreno, Jaime Otero
El peso de la lengua española en el mundo
Universidad de Valladolid/Fundación Duques de Soria/INCIPE, 1995

 

El inglés está intentando dominarlo todo, pero nuestra lengua se defiende, y aun gana posiciones (como en EE.UU.); tenemos una de las más ricas lenguas del mundo, aumenta el número de personas que lo estudian en todos los países, y su presencia en los organismos internacionales se ha reforzado.

El sentir público respecto a nuestra lengua suele oscilar entre la despreocupación más absoluta (como si se tratara de algo que simplemente "está ahí", como un paisaje) y el triunfalismo más franco (del que son ejemplo las frases iniciales de este artículo). Como todo patrioterismo, el patrioterismo lingüístico es una cuestión ideológica, no de hechos y, como ocurre en otros aspectos de la vida pública, el orgullo y la vanagloria no son obstáculo para el abandono y la dejadez en las medidas que se podrían tomar para conocer mejor, defender e incluso explotar económicamente nuestra lengua.

Las cuestiones relacionadas con la lengua rara vez son neutrales: los conflictos que surgen dentro de nuestro mismo Estado por el choque del español con las otras lenguas oficiales lo demuestran bien. Y además, hay una conciencia creciente de que la lengua es (además de otras cosas) un recurso económico de primer orden. Por muchas razones, pues, resulta interesante plantearse con rigor precisamente esas cuestiones que se consideran ya sabidas: qué significa el español en el mundo, cómo está en comparación con otras lenguas, qué futuro tiene.

Para responderlas ha aparecido esta obra dirigida por el Marqués de Tamarón. En ella han coincidido autores que provienen tanto del campo de la política y la diplomacia como del estudio de la lengua, y este doble asedio a un mismo tema tiene plena justificación. Ligadas al uso o a la enseñanza de una lengua hay cuestiones que no tienen nada que ver con su gramática o su léxico, por ejemplo, la imagen internacional del pueblo que la usa. Y a la inversa: para explicar y mantener este milagro de un castellano increíblemente único a pesar de su fragmentación en naciones a ambos lados de un océano hay cuestiones de historia y de uso lingüístico que conviene tener en cuenta.

El capítulo de Tamarón se abre con una reflexión sobre el tema de la lengua y el poder, y aporta algunos sabrosos ejemplos de relativismo lingüístico: "cuando Napoleón abandona Moscú y empieza su desastrosa retirada de Rusia, el Zar Alejandro I recibe la buena nueva de Barclay, uno de sus generales, quien se la da en francés". O: "Cuando Alemania y Japón preparan en 1940 su alianza contra las odiadas potencias anglosajonas, Ribbentrop y Matsuoka negocian en inglés". El capítulo analiza finamente el concepto de lingua franca y deshace más de una idea comúnmente admitida sobre el imperialismo inglés (señalando los problemas que supone para esa lengua su extensión internacional), o sobre el presunto florecimiento del español en Estados Unidos. "El idioma español en las organizaciones internacionales" es el tema del capítulo de Eloy Terrón. Se trata de un recorrido histórico por la presencia de nuestra lengua en los distintos organismos, presencia que va realizando la radiografía de nuestra actividad internacional.

El capítulo de José Antonio Pascual se plantea el estado de nuestra "ingeniería lingüística", es decir, de los procedimientos que permiten el tratamiento automático de nuestra lengua (con sus consecuencias para traducción automática u otros procesos informáticos), pero también de los procesos que permiten asimilar el caudal de términos científicos y técnicos que exige el mundo actual. La reflexión final es más bien amarga: antes incluso que los tratamientos informáticos de nuestra lengua de cualquier lengua hay toda una investigación de base, que el autor echa en falta con solo pasar la vista por una estantería con los diccionarios y obras de investigación del inglés de cuyos equivalentes carecemos...

Otra llamada de atención viene del capítulo de Antonio Castillo, centrado en las tecnologías del habla (síntesis, reconocimiento de voz,...). Las dificultades para adaptar unas tecnologías creadas inicialmente para el inglés se unen a la comprobación de la importancia básica de su existencia, para la actividad económica... o para la misma supervivencia del español en los nuevos medios que se avecinan. Sin estas tecnologías, las autopistas de la información "no serán más que una vía más rápida de penetración de otras culturas". Y una llamada empresarial de atención: "Es preocupante observar que los pequeños sistemas comerciales de ayuda a la traducción automática, glosarios, diccionarios y métodos de aprendizaje del español que están en el mercado no proceden de la industria española".

"La enseñanza del español como lengua extranjera", de Francisco Moreno, supone un meritorio esfuerzo por cuantificar y calibrar la extensión de la enseñanza internacional de nuestra lengua. Quizás su resumen más adecuado sea la falta de datos para responder más que aproximadamente a la pregunta de ¿cúanto español se enseña en el mundo, y por qué? Al descuido de investigación que señala Pascual, al empresarial que describe Castillo, se une el institucional: los organismos competentes en enseñanza, en cultura no se han preocupado de averiguar unos datos vitales para el conocimiento de la presencia exterior de nuestra lengua.

Por último, el capítulo de Jaime Otero analiza el llamado "índice de importancia internacional de las lenguas", un sensible ejercicio de ponderación de los múltiples factores (de número de hablantes a renta per cápita o extensión geográfica) que pueden ser pertinentes para establecer un cierto ranking de lenguas.

 

Sobre este tema, véase El espléndido futuro del español y cómo pagaremos por él Probablemente todo lector profesional de la lengua o de la política debiera leer este libro único y sacar sus propias conclusiones. Enlazando las que desgranan sus autores podríamos extraer las siguientes: en el plazo de un siglo, se calcula, desaparecerá el 90 o el 95 por ciento de las seis mil lenguas que ahora se hablan en el mundo. La uniformización de los medios de comunicación barrerá las lenguas minoritarias y sólo dejará las más fuertes, o las más habladas. De éstas, no todas quedarán en igualdad de condiciones: sólo las que se hayan desarrollado en sus aspectos tecnológicos podrán competir en un futuro dominado por la comunicación mediante redes avanzadas, interfaces orales con dispositivos automáticos, traducciones asistidas, y todas las ventajas de una ingeniería lingüística desarrollada. (Puede parecer una profecía exagerada, pero las lenguas que en su momento no se adaptaron a la novedosa tecnología de Gutenberg perdieron la batalla de la modernidad). Por último, estas tecnologías, imprescindibles para nuestra lengua, pueden desarrollarlas otros y vendérnoslas o ser fruto de nuestra investigación y nuestro trabajo.

El español está bien colocado para el futuro, aunque no sea más que por número de hablantes, cultura pasada y extensión geográfica, pero si el negocio asociado a su modernización y a su creciente presencia internacional no está en nuestras manos tampoco lo estarán ni sus beneficios económicos ni el control de todas esas cuestiones (imagen de un colectivo, prestigio asociado a sus productos) en las que tanto nos jugamos.

[reseña inédita]  

 

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