SINOVIA

José Antonio Millán

 

El verano de 1987 tuvo para mí un inicio poco prometedor. Un desafortunado movimiento al atacar una carambola me provocó un derrame en la rodilla. El médico me dijo que era el primer lesionado de billar que conocía. Pero aun condenado a la inmovilidad del lecho, no podía renunciar a maquinar.

Unos meses antes, un amigo aquejado de agrafia pertinaz me había pedido que le diera "un argumento, una estructura para una narración", como pie forzado o ejercicio estricto en el que él veía, no sin razón, una posible salida para sus males. Yo ya tenía el esquema de argumento: abstracto, sin que obligara a tiempos ni espacios determinados, e incluso sin presuposición alguna acerca del carácter material o no de los entes implicados; pero al tiempo era un esquema tremendamente concreto en la definición del juego de tensiones que lo constituían. Y entonces, desde mi situación forzosa, pens‚ que si se lo proponía a un amplio grupo de personas para que le dotaran de carne, estaríamos ante un experimento del que podían obtenerse resultados notables.

Mi proyecto, para triunfar, debía hacerse desde el anonimato. Teledirigí a alguien para que me abriera un Apartado de Correos, encontrando que a poca distancia de casa acababa de quedar libre uno (y qué asombrosas cosas pude llegar a recibir, destinadas a mi desconocido predecesor). El vehículo fue una carta sin firma que ofrecía el esqueleto argumental, e invitaba a darle forma narrativa y a hacerlo llegar antes de cierta fecha al Apartado. En reciprocidad, quienes así lo hicieran recibirían todas las demás narraciones fruto de la experiencia, junto con la identidad de sus autores. La carta no prometía dinero, publicación ni honores (para que la curiosidad intelectual fuera el único móvil). El anónimo remitente --anunciaba, por último-- desaparecería una vez cumplida su misión.

Y así lo hice. No desvelaré quiénes fueron los destinatarios, ni qué resultados obtuvo la experiencia. Si me he detenido a recordarla es tan solo porque al hilo de ese esqueleto argumental trabajé yo mismo las perezosas tardes de inmovilidad veraniega, fines de semana de otoño y bastón, y muchas noches de paseo invernal. Y de ahí provienen no pocos de los relatos del libro La memoria (y otras extremidades), que en estos días sale a la calle. Y también como aviso y escarmiento de sujetos condenados al ocio forzoso o inválidos reversibles.

[publicado en el año 1991 en El Sol]

 

 

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