venus19.gif (141 bytes)

 

Escritos de mano

La desconocida historia de las prácticas manuscritas
en pleno auge de la imprenta ilumina nuestro pasado cultural

José Antonio Millán

 

Fernando Bouza, Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro

Madrid, Marcial Pons, 2001

360 páginas

1x1c3.gif (41 bytes)  

Para la visión que predominaba hasta hace poco tiempo, el despliegue de la imprenta va desplazando al manuscrito, y en el siglo XVII lo impreso habría ocupado ya la mayoría del espacio, y sólo quedarían usos residuales de los textos hechos a mano. No es así, como demuestra este precioso libro, y además el estudio de las prácticas manuscritas permite entrar en un mundo de usos públicos y privados hasta ahora poco desvelados. No hay ninguna exageración, pues, en decir que lo que se traza en este libro es una verdadera historia cultural de una época especialmente fértil.

Quien parta, sin ir más lejos, del Quijote, podrá descubrir un presencia nutrida de la circulación manuscrita: desde el ficticio origen de la obra (cartapacios comprados en la Alcaná de Toledo) a la carta que el caballero escribe a Dulcinea en Sierra Morena, con el encargo a Sancho: ("tú tendrás buen cuidado en hacerla trasladar en papel, de buena letra"); la novelita El curioso impertinente, que está en papeles "escritos de mano"; o las cartas que pide Teresa Panza que le escriba un monacillo, a cambio de "un bollo y dos huevos".

Corre manuscrito arranca con un estudio de escritores profesionales con obras que no pasan a la imprenta (João de Barros decía que "se avia de escrivir aprisa y imprimir despacio"). Los ejemplos aportados van desde una autobiografía, destinada a permanecer manuscrita, a (inevitablemente) obras que ningún librero quería estampar. Según el testimonio de Lope de Vega, Manuel de Faria e Sousa, comentarista de Camões, tenia obras que sólo se leían manuscritas. Todos los datos apuntan a que el no pasar por las prensas no impedía ser leído, e incluso lograr fama por las obras.

Los copistas solían ser gente de la Iglesia (sacristanes, monaguillos...) o estudiantes. El proceso podía estaban plenamente profesionalizado, como se ve por el sistema de copia a pecia, en el cual hasta cinco copistas se repartían los cuadernillos de un original, que así podía quedar reproducido en una sola noche. Estos sistemas quedaban, como es lógico, al margen del cualquier control, y así sabemos por un proceso inquisitorial cómo unos copistas estaban trasladando en un mesón de la Puerta del Sol, a partir de un libro impreso desencuadernado, unas Escrituras en lengua romance (cuya lectura estaba, por supuesto, prohibida...). Otros, por fin, copiaban obras para luego ponerlas a la venta, y de ellos hay que destacar el caso de quienes cogían de oído obras teatrales, que luego podían acabar impresas. Como se quejaba Calderón de la Barca: sus escritos circulaban "mal trasladados, mal corregidos, defectuososos y no cabales".

Entre los muchos ejemplos y casos que convierten la lectura de Corre manuscrito en un verdadero placer se encuentra el de Luis Remírez de Haro, a quien un contemporáneo describe como "mancebo grandemente memorioso" que "toma de memoria una comedia entera de tres vezes que la oye, sin discrepar un punto en traça y versos". En cierta ocasión en una representación teatral el actor empezó a recitar apresuradamente, y a saltarse pasajes, hasta que, ante las quejas del público, declaró que no haría de otra forma mientras estuviera entre el público (y señaló) "quien en tres días tomava de memoria cualquier comedia", y hasta que éste no salió del teatro, no siguió la representación.

El segundo capítulo aborda un tema apasionante: el de los escritos con capacidades mágicas, las fórmulas propiciatorias, los sortilegios, los talismanes. Un mundo de fe en la pura fuerza de lo escrito, común a muchas culturas, y del que tenemos noticia por los intentos que hizo la ortodoxia religiosa por erradicarlos. Las cartas de toque, escritos que obraban por contacto, podían llevar tanto encantamientos amorosos como servir a fines de exorcismo: lo esencial era no tanto el texto, como la especial disposición de éste y el contacto con el sujeto.

"Sin duda", escribe Bouza, "ser autor en el Siglo de Oro era estar preparado para ofender". El tercer capítulo de este libro está dedicado a los libelos, vejámenes, coplas y motes. Los carteles infamantes expuestos públicamente eran un medio que multiplicaba la fuerza de la injuria verbal, tan frecuente en la época, y que además a través de encargos a especialistas podía profesionalizarse. En Rinconete y Cortadillo, la agenda de Monipodio incluía una lista de encargos: cuchilladas, untada de excrementos... y libelos. La función social de la afrenta en nuestra historia lleva unos años siendo objeto de atención (Marta Madero: Manos violentas, palabras vedadas; Madrid, Taurus, 1992). Este capítulo recoge, a traves de procesos por injurias, casos tan curiosos como Juana de Gallegos, en La Orotava, hacia 1585, que con sus tres hijas ponía apodos a las personas principales de su localidad ("Papalaparra", "Bruxa perpetua", entre los más reproducibles). Cierto es que fueron contestadas con coplas y libelos, uno de los cuales comenzaba "Deslenguaras, desvergonsadas, triberas, bellacas"...

De los libelos entre vecinos a los que apuntaban más alto hay sólo un paso. Los insultos y apodos a personas de la corte provocaron multas y destierros. Se difundían oralmente o manuscritos, pero a veces pasaban a la imprenta, en sitios de poco control, como Montilla ("lugar de pocos vezinos ... [donde] ay dos impressores").

Las tristes palabras de una esposa a su marido en América, en 1624 ("no quiero Indias, ni oro ni plata, no quiero más que a su persona"), sirven de introducción a una seccion sobre las cartas personales. Medio privilegiado de comunicación particular, debieron usar muchas veces los servicios de terceros, para ser escritas, o para ser leídas... Pero junto a las nuevas personales, las cartas servían para difundir noticias, cumpliendo una función protoperiodística, que llegó a ser objeto de comercio y tuvo una circulación paralela en la imprenta (el género de los avisos).

Fernando Bouza (quien conoce el tema: Locos, enanos y hombres de placer en la corte de los Austrias, Madrid, Temas de hoy, 1991) no puede dejar de lado las cartas escritas por las "sabandijas de palacio", a veces auténticos correos de sus señores, y cuyas misivas engarzan con el género de la carta rústica o burlesca.

Los últimos capítulos se dedican a las biografías manuscritas (un auténtico manual moral de comportamiento, legado a los hijos o a una posteridad desconocida), y a los archivos de la corte (con su historia aneja del control de la información como forma de poder). Apéndices con una buena selección de documentos de la época aumentan la utilidad de esta obra, que maneja datos de España y Portugal, del siglo XVI y del XVII, y a la que un buen índice de nombres y lugares convierte en excelente objeto de consulta.

En siglos posteriores a los que abarca Bouza la producción privada de escritos ha estado lejos de interrumpirse (manuscritos, pero también mecanoscritos, fotocopias e impresos a ciclostil y por ordenador). A ellos se unen ahora los difundidos por email y páginas web. Las formas y practicas de los escritos del pasado iluminan las que apenas se están configurando ante nuestros ojos. Hay razones, pues, para que el estudio de la cultura escrita esté experimentando un claro auge: la colección LEA de Gedisa, la nueva revista Litterae, impulsada desde la Universidad Carlos III, la reciente creación de un Instituto Español del Libro y la Lectura..., y la edición de obras tan sugestivas como las de Fernando Bouza.

Publicado originalmente en El País en mayo del 2002

Última versión, 10 de septiembre del 2002

salida